Elegía a Eloísa

1.
Marchitos los balcones de Eloísa.
Ni las lágrimas de Fidel.

2.
Reza a Eloísa y a su arroz con leche,  maestra en el umbral, no más madre que de su marido pobre de salud y más pobre de lágrimas: infinitas e incapaces de evitar que en siete noches de julio los geranios del balcón parezcan hojas de tabaco vestidas para liar. Y a la sombra escapada de su cama,  Fidel me abraza más otra vez más, como si nuevo fuese y primero mi pesar.

3.
Eloísa, maestra de profesión —y vocación— a poco de jubilarse, cuida de su marido tanto como si juntara el amor a sus no cinco hijos. Mi vecina, muere repentinamente durante la celebración de la boda de un familiar más joven, y Fidel le llora como la lluvia a ese invierno. Pero sus lágrimas no son suficientes para evitar que los geranios de Eloísa parezcan hojas de tabaco secas sólo siete días después, algunos de julio. Fidel sale cada mañana de su casa peinado, llorado, y dispuesto a abrazarme más y otra vez, como si fuese la primera que le doy mi pesar.

4.
Eloísa ha muerto.
Con las flores de su balcón.

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