Este hombre disfruta de la habilidad de caminar por la caprichosa línea que nos separa del abismo. Habilidad convertida en hobby, hobby en trabajo, trabajo en bendición, y bendición en habilidad. Y es que si ser Rociero Contemporáneo en el siglo veintiuno —sobre la panza de dos mil años de crisis— no es helarte , es que el frío se lo llevó aquel que marchó sin dinero a por tabaco.
Manuel León, «Primera negra tónica dominante», 2010. Cortesía del artista.
Poder hablar de Manuel León sin dedicarle una palabra a su pintura, es para mí, necesidad y lujo: pensaría en Israel Galván bailando con pinceles en las manos, Catalina de Aragón haciendo pompas de chicle, Curro Romero repeliendo un tsunami de almohadillas con rayos cósmicos que salen de sus dedos, Hawking gordo reconociendo que el ochenta por ciento de sus teorías son vaciladas, y E.T. de rodillas ante Elliot y sus amiguitos rogando con gesto «Si me queréis, irse»; por pensar pensaría en los setenta, los ochenta y los noventa, y a coro todos a todos «yo quiero ser como tú», y en el almanaque salvaje de un nuevo siglo tachado como cartones de bingo; pensaría en qué pensar, y a horcajadas sobre el lomo de un Armado Macareno, la sombra de Colón desnudo montada en globo buscando cazar un trueno, mientras alguien, no consigo ver quien es, micciona en el arcén sobre una lata de gazpacho Campbell; pensaría por pensar en una columna infinita de nazarenos apilables, en un molino a tomar vientos gritándole a Don Quijote «dame jierro», Dulcinéa muerta de enamorada, Montiel fumándose un dedo, y el perro de cuyo nombre no puedo acordarme asado en la pollería con salsa de caramelo; pensaría, en un zaguán, un postigo, una raya de aspirinas, y un espía sin escarmiento convencido de que el viento da alegrías; en todo y más pensaría, en la madre que no nos parió, en la Reina de Inglaterra junto a todas sus dobles merendándose un león para convencer a Zeus de que Heras no le conviene con la ley actual por delante, en Silvio llegando tarde a la sombra de una higuera con un higo y con dos brevas, óleo y castigo, todos testigos, en un barreño de ombligos; y como no pensaría, en la Virgen del Rocío, mojada como una lengua, susurrándose contigo «Manué, mejor seguimos amigos».