Oso sapiens

Bajo el paraguas de la sabia naturaleza se cobijan comportamientos animales dignos de museo por su belleza y sencillez:

Una osa polar clausura su particular festival de invierno escapando del lecho y techo de nieve que desde octubre a marzo hizo las veces de útero de emergencia, y que a la par convirtió en nido desmatronado. El día de la eclosión será el único que la portentosa no amamante a su osezno, con el fin de que una vez fuera de la osera, éste le persiga llamado por el hambre, facilitando así el Curso Intensivo de Vida que el pequeño gran oso estará obligado a superar durante sus primeras veinticuatro horas de sol. En la naturaleza no hay exámenes de recuperación.

Sin embargo, el paraguas de la sabia naturaleza parece que fue abandonado precisamente por el primer animal sabio durante un ataque de orgullo:

Una mamá amaternal, alicatada de maquillaje hasta el alma, inyecta entre moflete y moflete de su obeso bebé supuesto alimento a fuerza de cuchara, que éste entrenado nunca llegará a engullir, pues como siempre, anda pendiente de la dulce cancioncilla que la madre que lo parió le lorea a papá: «papá ve sacando el chupachú, papá ve sacando el chupachú, papá ve sacando el chupachú«. A lo que papá responde con son y eco infinito: «mamá lo estoy sacando, mamá lo estoy sacando, mamá lo estoy sacando». Las pupilas de su cría, cada vez más dilatadas, no les son suficiente al par de animales para caer en la cuenta de que no le están enseñando a comer, sino a mentir.

Si esto no es de gilipollas, que venga el oso y lo vea.

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