Hoy, Sevilla, la bella pedorra durmiente, y sobre todo durmiente por calavera, nos regaló un pedo de primavera. O como diría el incuestionablemente innecesario Antonio Burgos:
«Mi tierra, a la Virgen del Jazmín rezando, de camino a por dulces de mis hermanas, manos de San Leandro, clama en su rezo de sábado: que el rocío de mañana y su levante, sin peros, sean del Domingo de Ramos y sus rameros, para ver danzar a mis madres con paso de costalero, sin que les llore la lluvia, santa y muerte de toreros; para que sólo un solo trapito, trapito de terciopelo, cubra los hombros de miel de fuego, que las niñas de mi Sevilla —te quiero— cuidan y esconden de los ladrones de enero.
Que con treinta lunas se baste este invierno.
Que la piconera se vista de nazareno.
Que despierte de su letargo, el oso y el heladero.
Es primavera, prima, primavera de enero.»
. . .
PS. Siento haberme llevado hasta aquí, y sobre todo haberles traído conmigo. Yo voy a afeitarme, que me ha salido barba.